HENRY CUCALÓN: "LE TENGO TERROR A HABLAR SANDECES, A DECIR PENDEJADAS"


 
                                      Henry Cucalón atesora libros sobre política e historia. Fotografía: Joshua Degel.
 
 
 
Henry Cucalón:
“LE TENGO TERROR A HABLAR SANDECES, A DECIR PENDEJADAS”
por Mónica Almeida
 
Gran lector y aficionado al cine y a la música, la pasión de Henry Cucalón (1973) es la política; dice ejercerla veinticuatro horas al día. De hecho, la mitad de su vida ha estado vinculado a la administración pública. Está casado con Jessica Gellibert y el matrimonio tiene dos hijos. Por el momento no sabe si su futuro incluirá una candidatura; de lo que sí está seguro es de que no le gusta “decir pendejadas”.
 
El guayaquileño, que conoce de cerca los avatares de la función pública, nos recibió en su departamento el 2 de febrero pasado. Su figura salió del ámbito municipal cuando saltó a la arena como diputado por el Partido Social Cristiano (PSC). Ahí labró un prestigio, especialmente por su actuación en los procesos contra el entonces presidente de la Asamblea Nacional, José Serrano, y el fiscal general, Carlos Baca. En 2023, como ministro de Gobierno de Guillermo Lasso, Cucalón vivió los momentos más duros de su carrera: la llamada “muerte cruzada” y el asesinato de un candidato presidencial en plena campaña electoral.
 
De tus cincuenta años, la mitad los has dedicado a la política; ¿la vida te condujo por esa senda?
 
—Desde muy niño me interesó conocer la realidad nacional, lo hice a través de las lecturas, no tengo familiares políticos. Cuando ocurrió la muerte del presidente Jaime Roldós en 1981, tenía casi ocho años y me devoraba los periódicos y la revista Vistazo. Jugaba fútbol, pero siempre seguía la política.
 
Se dice que en la universidad eras medio vago y fiestero.
 
—Mejoré con el tiempo, mis dos maestrías fueron con honores. La primera fue sobre el control de los actos de Gobierno y después hice la de Derecho Constitucional. Entré a la universidad a los veintiún años y me llevaba mejor con los mayores. En algún momento pensé hasta en retirarme, estaba harto de estudiar ciertos capítulos del Código Civil. Me gustaba el derecho político y el derecho internacional.
 
Te vinculaste a la política universitaria.
 
—La Católica tiene mucha trascendencia y ahí hice política. Como siempre he sido medio chapado a la antigua, hay compañeros que recuerdan que daba discursos en las aulas, aunque en esa época eran más importantes las fiestas que el debate. Si algo se acuerdan, es que Cucalón siempre andaba politiqueando.
 
¿Siempre politiqueando?
 
—En el buen sentido, a veces me perdía de las clases, quería ser universitario militante como se era en los años sesenta y setenta. Hice campaña en la primera vuelta de 1996 por Rodrigo Paz. Y en 1998 apoyé a Jamil Mahuad.
 
En 1998 fuiste a Quito a trabajar como secretario en la Procuraduría. ¿Cómo llegaste a ese cargo a los veinticinco años?
 
—El vicepresidente Gustavo Noboa había sido rector de la Católica; el ministro de Educación, Vladimiro Álvarez, era el rector. Mi profesor Juan Ramón Jiménez me llevó como secretario privado y al año fui designado secretario general de la Procuraduría. No pregunté ni el sueldo y estuve con él desde el primer día.
 
¿Cómo viviste la asonada indígena militar contra Jamil Mahuad?
 
—Mi despacho era contiguo al del procurador, lo vimos en la televisión, no podía creer cuando Lucio Gutiérrez entró al Congreso de traje de camuflaje y con armas. Desprecio las dictaduras. Ese 21 de enero de 2000 fue un día de mucha convulsión. La escolta policial se retiró diciendo que ese era el protocolo, algo raro porque en esa época el procurador era el jefe de la política antidrogas del país, su rol trascendía al Gobierno.
 
Estaban a una cuadra del Ministerio de Bienestar Social donde hubo disparos.
 
—Hubo disparos y un incendio. A eso de las cinco o seis de la tarde salimos, seguíamos en comunicación permanente. Hubo dos momentos. El terrorífico, cuando el general Carlos Mendoza, que fue parte del golpe al igual que el general Telmo Sandoval, apareció como parte del triunvirato (junto a Carlos Solórzano y Antonio Vargas). Fue un golpe militar adornado de las deficiencias y los errores del Gobierno. Así nos fuimos a dormir, sin dormir, y horas después saludamos que el vicepresidente Noboa hubiera asumido el poder en La Recoleta.
 
¿El procurador habló con el vicepresidente Noboa?
 
—No tengo registro de eso. Al día siguiente Mahuad dio una entrevista y dijo: “Un presidente derrocado no renuncia: está derrocado”. El mayor legado de Gustavo Noboa fue haber pacificado al país con la amnistía.
 
SU VINCULACIÓN AL PSC
 
¿Cómo llegaste al PSC?
 
—Llegué al Municipio de Guayaquil no al PSC, primero es lunes y después es martes. En el municipio necesitaban a alguien con experiencia en contratación pública; no me llevaron por temas políticos, sino porque me formé en la Procuraduría. En Quito aprendí dos cosas: la primera sobre derecho administrativo y contratación pública, y la segunda, la política real porque parte de mi trabajo era llevar las relaciones políticas institucionales con el Congreso. Había leído todas las entrevistas a Jaime Nebot y había votado por él. Para los guayaquileños era un orgullo lo que León Febres Cordero y Nebot habían hecho por la ciudad.
 
Tu generación creció en ese Guayaquil.
 
—Somos profundamente antibucaramistas. Cuando me lo propusieron en 2003 no pregunté nada. Si se revisan los equipos municipales desde el año 1992 en adelante, no había una vinculación directa del partido, León escogió a la mejor gente del ámbito empresarial.
 
Estuviste ahí casi diez años, debes saber muchos secretos de Nebot.
 
—No es de muchos secretos, es transparente en sus aciertos y errores. A las seis de la mañana ya tenía la ciudad en la cabeza, trabajaba sin descanso, siempre con ideas nuevas. Nebot será recordado como uno de los mejores, por no decir el mejor, alcalde de Guayaquil y criticado por sus acciones políticas.
 
Su liderazgo político es discutible.
 
—En una película sobre la primera ministra israelí Golda Meir hay una escena en la que ella le dice a Henry Kissinger algo así como “Toda carrera política termina en fracaso”.
 
En 2013 llegaste a la Asamblea. ¿Cómo fue salir del escritorio?
 
—Cuando eres candidato, tú eres la sonrisa Kolynos. Me demoré tres microsegundos en contestar: “Sí, me voy”, cuando Nebot me lo propuso. Siempre he sido superlanzado y después pensé, ¿cómo voy a hacer? Tenía miedo a ser candidato, me subestimaba mucho, pero quería vivir la calle y la tarima. Nebot siempre ha puesto en las listas al candidato populachero del partido y al otro que parece medio independiente.
 
¿Te subiste a la tarima a bailar?
 
—Uno se va soltando con el tiempo. Lo mío fue lograr apoyo en círculos profesionales y capas medias. Pero este mundo del contacto de la piel, de la calle, es importante. Nuestra ventaja era la obra municipal; acuérdate que era el mejor momento de Rafael Correa, en 2013 arrasó en una sola vuelta. En mi distrito entraron cuatro correístas y yo.
 
¿Cómo fue llegar a la Asamblea a preparar leyes y a dirigir al bloque?
 
—En el Concejo Municipal, el PSC era mayoría; en Quito éramos la minoría de la minoría, ocho. Cuando llegué a la Asamblea, los de Alianza PAIS nos gritaban: “¿Qué hacen aquí caterva de asesinos y ladrones?”. Ese fue mi debut. Esa es la experiencia política: saber cómo defender tus ideas, tener frialdad. No me sentí humillado, nunca me amilanaron.
 
¿A qué recurrías en ese momento?
 
—Al temple, pues. La consistencia con la que estás hecho va más allá del partido. Uno de los momentos en que me sentí muy orgulloso fue con las enmiendas constitucionales de fines de 2015. Convocaron a la sesión a las cinco de la mañana, la Asamblea estaba rodeada y en las barras había decenas de militantes, pero ahí se fragua tu ser político, en la adversidad. La revista Vistazo me sacó una perla cultivada: “Aquí hay alguien que ha confundido el lema de la banda presidencial que dice ‘Mi poder en la Constitución’ por ‘La Constitución en mi poder’”. Así había comenzado mi discurso y fue un momento de nervios.
 
En esos momentos de nervios, ¿cómo manejas tus intervenciones?
 
—Soy bien estructurado, entonces yo dictaba el discurso a mi equipo y, dependiendo del debate, lo cambiaba. Antes de intervenir ya me había aprendido el texto.
 
Y repetiste la diputación.
 
—Todo en mi vida ha sido progresivo. Con el tiempo me hice más disciplinado, para mí era sagrado prepararme. Nadie quiere equivocarse, pero le tengo terror a hablar sandeces, a decir pendejadas.
 
¿El partido nunca te obligó a votar por algo con lo que no estabas de acuerdo?
 
—Sobre mi cadáver; en esos primeros cuatro años, fuimos muy puros, nuestro voto no servía para un carajo, votábamos como queríamos y decíamos lo que nos daba la gana.
 
¿Y cómo fueron los otros cuatro años? Ya no fuiste jefe de bloque.
 
—Solo el último año, dije hasta aquí, estaba hasta las marimbas de esos lobistas que andaban por ahí.
 
Pasaste de la pureza a…
 
—Mi mejor momento, según dice la gente. Nuestro voto contaba, éramos diecisiete. Vino la pelea de Correa con Lenín Moreno, ya nadie tenía mayoría a partir de agosto de 2017. Cada votación contaba, era una lucha más pareja.
 
Desde afuera se podría decir que cada votación era un toma y daca.
 
—Sí, pero en mi caso no recuerdo jamás alguna proposición en ese sentido. Inclusive cuando apoyamos al presidente Moreno. Te voy a contar esta experiencia brutal: la destitución de José Serrano de la Presidencia de la Asamblea, proceso liderado por este caballero.
 
Aquello fue por la conversación grabada entre Serrano y el contralor prófugo Carlos Pólit, que exhibió el fiscal general Carlos Baca, eso fue el segundo gran quiebre del correísmo.
 
—Exacto, acusaban al PSC de hacerle el juego a Serrano.
 
Quien en ese momento estaba con Lenín Moreno.
 
—Un día estaba con Correa, otro día con Lenín, así pasó todo su período. Todo el mundo le tenía recelo a Serrano, la leyenda urbana era que sabía todo de todos; tanto no era así que cayó por una grabación.
 
¿Y después vino el juicio al fiscal Baca?
 
—Lo hice yo, dos por uno, oreja y rabo como dicen los taurinos. Ese día intervine en el pleno como interpelante y en un momento me di la vuelta y no estaba todo el bloque. Después entendí, nadie quiere pelearse con los fiscales generales.
 
¿Hay demasiados rabos de paja?
 
—Te la dejo nomás. Ese mismo día querían nombrar presidente de la Asamblea a Elizabeth Cabezas. Les dije que no se podía porque no estaba en la convocatoria. A la semana siguiente, los morenistas propusieron a Cabezas y el PSC votó por ella. Los círculos rojos, las élites de la información, el Twitter, los editorialistas, nos dijeron hasta de qué nos íbamos a morir. Mi esposa y mis hijos me llamaron: “¿Cómo es que hace una semana y media tú eras casi el John F. Kennedy ecuatoriano y ahora te insultan a la madre?”. En 2019, para renovar la Presidencia, los morenistas propusieron a César Litardo y dije: “Yo no vuelvo a votar por uno de estos”. 
 
También nos insultaron. Entendí el poder de los círculos rojos. En 2019 el establishment ya había decidido que Moreno era de ellos y el Movimiento CREO votó con ellos.
 
¿Pero CREO no pactó con Moreno porque el PSC le hacía la vida imposible?
 
—Nebot y Moreno eran íntimos y se reunían a cada rato. Es que nosotros nos quedamos en la mitad de ese intríngulis de círculos rojos.
 
¡No me puedes decir que el PSC se queda en la mitad de los círculos rojos!
 
—Digo el bloque parlamentario, no el abogado Nebot, él no se queda afuera de nada. Había una desconexión entre la política real y el bloque; por eso decidí ya no ser jefe del bloque. Que hayamos querido joder a Moreno, impensable.
 
EL ACUERDO FALLIDO
 
El siguiente cargo era la Gobernación de Guayas como parte del acuerdo con CREO.
 
—Nebot declaró que yo iba a ser gobernador. Conversé con él sobre mis dudas porque Lasso no me había llamado. “No te preocupes”, me dijo. Eso es parte del tema, él decidiendo quién iba y quién no.
 
¿Y a ti no te dio desazón ese pacto CREO-PSC-Revolución Ciudadana?
 
—Me enteré cuando Nebot me llamó para comentarme lo de la gobernación. Y ahí fue la segunda vez que le pregunté: ¿Y para qué cree usted que soy bueno? Me dio unos cuantos inputs y me sentí honrado.
 
—Pero, ¿cómo tomaste lo de la alianza?
 
—Ahí me comentó: porque eso lo manejaban él y la vecindad, (Henry) Kronfle y Lasso porque son vecinos. Nadie sabía nada. Soy coautor de la frase que él repite: “No es con quién sino para qué”. 
 
Hay temas en los que uno puede coincidir con los otros bloques, pero eso no significa que yo sea de izquierda ni de extrema derecha; nunca he sido oligarca. Cuando me contó sobre este acuerdo para tener 130 asambleístas, le dije: “¿Está seguro de que no vamos a depender de Correa?, ¿y en esta operación qué gana Correa?”. Nunca me pudieron responder. La teoría de Lasso es que querían una Comisión de la Verdad. Nebot me había enseñado: “No dependa solo de la votación de Correa”, y así fue cuando se destituyó al fiscal Baca. En 2021 los votos de Correa eran definitorios, igual que ahora.
 
No te gustó ese pacto.
 
—Nebot decía que todo estaba resuelto, se había reunido con Lasso y Correa había estado por Zoom. Pero llegaron solo a 68 votos. Nunca me explicaron lo que quería Correa.
—Y el pacto se rompió.
 
—Me enteré mientras almorzaba ese 14 de mayo (de 2021). Si Lasso, equivocada o acertadamente, se arrepintió de un acuerdo con Correa y faltó a su palabra; ese es el crimen, ¿no? Lo lógico hubiera sido quedémonos juntos (PSC y CREO), pero no. Eso es parte de un tema entre Nebot y Lasso que viene de años.
 
Ese amor-odio ha sido una constante.
 
—Total.
 
Y en 2023 aceptaste esa propuesta de suicidio para ser ministro de Gobierno de Lasso, luego del fracaso de la consulta popular.
 
—No creo que fuera un suicidio. En esos días me enteré de que poco más era el candidato a la Alcaldía, a la Presidencia… Yo no servía ni para conserje, no era popular. No es que yo haya dejado el Barcelona de España por irme al Guayaquil Fútbol Club.
 
No estabas en la ola.
 
—No había ni ola ni tabla. Lasso me llamó a finales de enero, siempre tuvimos una buena relación. Mi mayor temor entonces era el nuevo levantamiento indígena de febrero de 2023. Nunca hablamos de mi supuesto cargo como gobernador, nunca le he pedido nada a nadie.
 
Algunos amigos dicen que en efecto tú no haces favores a nadie.
 
—No me caso con nadie. En mis años de diputación y de secretario del municipio, nunca he estado asociado a ningún estudio jurídico ni he hablado con algún juez o fiscal, por eso no soy de la trinca.
 
Y llegamos al domingo 5 de febrero cuando el Gobierno perdió la consulta.
 
—Lasso me llamó la noche del domingo y fui a Quito. Me ofreció el Ministerio de Gobierno. Él tenía claro que venía un nuevo levantamiento y enfocamos un escenario de caos; no el del juicio político, que en ese momento estaba emergiendo y que era una forma del golpe. Mi disyuntiva era que, además de no representar a nadie, el PSC no iba a dialogar conmigo, aunque son capaces de conversar con algunos corruptos o sentenciados. Llamé a mi esposa y me dijo: “Adelante”.
 
¿Por qué hablas de golpe contra Lasso?
 
—Querían derrocarlo sin duda alguna. El sentir de la clase política era que Lasso no debía terminar su período. Dijeron que se caía en diciembre de 2021 y después en junio de 2022. Querían que se cayera solo para no tener que afrontar sus responsabilidades políticas.
 
Había la sensación de un Gobierno ineficiente, aunque eso no es causal para una destitución.
 
—Cualquiera que gane y no pacte con Correa va a tener la etiqueta #ElPeorGobiernoDeLaHistoria. Los tres acuerdos con Estados Unidos los firmó Lasso. Una cosa es la mala comunicación. El exvicepresidente Jorge Glas, un delincuente contumaz con relaciones con narcotraficantes, dijo que este Gobierno no había hecho una sola vereda. En los focus groups sale que algunos piensan que es verdad. Daniel Noboa tiene medio calmados a los correístas. Por eso Moreno tuvo una gran ventaja, se peleó solo con uno, con Correa.
 
—¿Cómo armaste la estrategia para el juicio político?
 
—Para mí nunca hubo nada, era una arremetida de derrocamiento con esbozos de juicio político. Como no les salió lo del levantamiento y no se caía por los temas penales tuvieron que proseguir en la mamarrachada del juicio.
 
Pero comenzaste a negociar porque en la Asamblea cuentan los votos.
 
—Sí, lastimosamente, porque lo estaban acusando de peculado por omisión, algo que no existe en el derecho penal. Esta gente, el correísmo y esa versión del socialcristianismo que tiene un desprecio absoluto por la ley, tuvieron que hacer el ridículo con el tema de Amazonas Tanker. Cuando asumí el ministerio pedí una cita con (el titular de la Asamblea) Virgilio Saquicela, quien me recibió a escondidas. Ese mequetrefe quiso ser hasta presidente interino.
 
¿Cómo se tomó la decisión de la muerte cruzada?
 
—Fui el principal promotor de que Lasso acuda a la Asamblea, dé su discurso y después viéramos lo que pasaba. Eso fue el martes 16 pero el plan estaba desde antes. Después de la Asamblea, almorzamos y fuimos al despacho, estábamos el secretario de la Administración (Sebastián Corral), él y yo. Lasso, que ya lo tenía en la mente, nos dijo: “Vamos a hacerlo ahora”. La política me ha enseñado que los votos se cuentan al final.
 
Pero tú sí los contaste.
 
—Claro, pero no los podía anunciar. Ellos dijeron que no los tenían. Se llegó a tal nivel de ingobernabilidad que no había espacio para el diálogo. El plan era acabar con Lasso, con la fiscal Diana Salazar, con todos los organismos de control. Segundo, yo creía que íbamos a terminar secuestrados por ciertos grupos de la Asamblea y eso no era dable. Y algo peor, el juicio iba a ser un sábado, y el lunes iban a ir por el siguiente juicio.
 
En estos veinticinco años, ¿cuál ha sido el momento más duro?
 
—Ese día, el de la muerte cruzada, perdón, dos días. El primero fue de la muerte cruzada. Fui el ministro de Gobierno que puso en práctica cerrar un Congreso, no creas que me causa mucha gracia, pero salió jurídicamente impecable y tuvimos elecciones libres.
 
¿Y el segundo?
 
—El segundo fue la noche del asesinato de Fernando Villavicencio (candidato a la Presidencia), cuando nos reunimos en el Consejo de Seguridad Pública. Ante momentos trágicos en que no hay una verdad absoluta, hubo muchas voces para que se suspendieran las elecciones. Ese día pregoné que no solo debía haber elecciones, sino que no había base legal para suspenderlas. Y preguntaba: ¿cuál es la nueva fecha?, ¿quién la decide?, ¿hasta que encontremos a los asesinos? La gente podía pensar que esto era un autogolpe, ya no había Congreso. Les dije: “El mejor homenaje a Villavicencio es ir a las urnas y mostrar a los narcos y a los asesinos que el país no tiene miedo”. Todos estábamos desencajados. Han sido los días de mayor tensión en mi carrera política. Mi rol como ministro de Gobierno es la estabilidad democrática. Pese a todos estos nubarrones negros, la democracia tenía que primar.
 
 
*Mónica Almeida, Becaria del programa Journalistes en Europe, en París, y de la Nieman Foundation for Journalism at Harvard University. Está asociada a las plataformas periodísticas Connectas, Clip e ICIJ, con esta última formó parte del grupo mundial de periodistas que publicó las series Panama Papers y Pandora Papers.

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