A VICTORIA ÁLVAREZ, CINCUENTA Y DOS AÑOS DESPUÉS...
Después de más de medio siglo de haber asistido a tu encuentro con el Todopoderoso, en el DÍA DE LA MADRE, y siempre, pregonaré mi agradecimiento a ti, VICTORIA ÁLVAREZ MONTESINOS, por haberme dado la vida y porque gracias a ella y por tus sabios consejos, sirvieron para hacernos personas de bien, a mis hermanos y a mí.
También, quiero pedirte, en este y todos los días, que en donde quiera que te encuentres, sepas guiarme por el camino correcto y que, si alguna vez cometí algún error, me perdones, quizás lo hice precisamente porque no tuve quien me guiara, después de aquel fatal día que nos quedamos solos para enfrentar al mundo.
Recuerdo con mucha nostalgia una parte de mi niñez, cuando radicábamos en el barrio Chipipe, en el balneario de Salinas, y nos llevabas a la escuela “Presidente Alfaro”, donde estudiamos, mi hermano César y yo, hasta el quinto grado, mientras que los mayores optaron por trabajar, en un pueblo pobre, que no brindaba ninguna seguridad y progreso para el futuro.
Aquellos días felices, en que después del estudio, los deberes y ayudando en el hogar, sobraba tiempo para la playa.
Siempre lo dije, y lo continúo diciendo, lo mejor que pude agradecerles a mis padres, en vida, fue habernos traído a Guayaquil, donde iniciamos una existencia llena de alegría, trabajo y el amor que nos profesaban.
Tenía 11 años, cuando me llevabas de la mano a la escuela, desde las calles Quisquis y Tungurahua, cruzando el hoy Centro de Convenciones Rodolfo Baquerizo Moreno, que era lleno de malezas con las huellas de lo que había sido el gran American Park y el “dormitorio” de la estatua del expresidente Gabriel García Moreno, hasta que lo “despertaron” para colocarlo erguido en el parque La Victoria.
Así como también del “barquito” de Daniel Santos, antes de cruzar el puente 5 de Junio y las riberas del salado, donde nos bañábamos y nos divertíamos en los botes, hasta el cansancio, con los compañeros de dicho centro escolar primario.
Era el barrio Orellana, una zona exclusivamente residencial, con gente de clase media alta, amables y solidarias.
Aquella escuelita República de Colombia, aún está allí, a la vuelta del Tenis Club, en el Malecón del Salado, junto al centenario Vicente Rocafuerte, escondido del progreso y la regeneración de aquella zona que fue de mucha diversión para los jóvenes de la época.
Quisiste lo mejor para tus hijos, especialmente para mí, por aquello, lograste en tus conversaciones con doña Elena Hurtado de Peña, esposa del Dr. Eduardo Peña Triviño, quien vivía junto a la casa del Mayor de Aviación Egberto García Calderón (+), a la que le pediste que me consiguiera un trabajo y fue él, don Eduardo, como le llamamos cariñosamente, que me ayudó a conseguirlo, cuando aún era muy pequeño, recién había terminado mi instrucción primaria y empecé como mensajero del consultorio jurídico Dr. José María Montalvo Ochoa (+) y después en KLM Compañía Real Holandesa de Aviación. Tenía 12 años y eran los años 60.
El
Dr. Eduardo Peña Triviño, es un prestigioso abogado, escritor y
político ecuatoriano, fue miembro del gobierno de Sixto Duran Ballén,
ministro de Educación y, entre 1995 y 1996, vicepresidente de la
República.
Tu orgullo de madre se veía reflejado en tus pequeños ojos, te esmerabas en tenerme limpio y bien planchado los uniformes que utilizaba en aquella empresa holandesa. Nunca imaginé tanta felicidad. “Mi Waltercito tiene un buen trabajo, gracias a Dios”, decías orgullosa.
Crecía con un trabajo digno, pero al mismo tiempo triste, porque había dejado de estudiar en el día, para hacerlo en las noches, en aquellos prestigiosos colegios que hoy ya no existen – Ambato, 5 de Junio y el 6 de Marzo-, que formaron durante años prestigiosos profesionales en los campos empresarial, el derecho, la educación, economía y la política.
Algunos años tuvieron que pasar para darme cuenta el tremendo error que cometí al dejar de prepararme. Me dolió mucho, me sentí solo y desamparado cuando partiste hacia lo desconocido. Fue cuando creí que el trago hacía olvidar las penas, sin darme cuenta que me estaba matando lentamente. ¡¡Hasta que me levanté!!
Carlos “Coquin” Alvarado Loor, fue aquel hombre que me ayudó a crecer, personal y profesionalmente pues de la mano de mi compadre Manuel López Maldonado (+), llegué a la Universidad de Guayaquil, en el año de 1972, un año después de tu muerte.
Nunca fue tarde para terminar la secundaria, gracias a esta persona solidaria y humana que llegó, años después, a la FACSO, para cumplir el cometido que se había propuesto, desde que empezó a ser líder estudiantil de la gloriosa unidad académica.
Allí permanecí, hasta mi jubilación, siempre llevándote en mi corazón y en mi mente, porque jamás te fuiste de mi lado, lo he sentido en todo el caminar de mis 71 años cumplidos y más en mis sueños porque sé que aún me vigilas, cuando duermo y despierto llorando, sé muy bien que estuviste a mi lado.
El Día de las Madres, es un día muy triste para mí, y creo que debe ser para quienes no tenemos en vida a las personas que nos trajeron al mundo.
Siento envidia sana por aquellos que las conservan, que le llevan serenatas y regalos. En hora buena por ellos, para mí, en cambio, el presente más preciado que le brindo, es elevar una oración al Altísimo para que le conceda el descanso eterno junto a mi padre y mi querido hermano Carlos, quien fue el primero que pudo abrazarlos en el cielo.
Gracias por el tiempo que permaneciste junto a mí y por estar eternamente en mi corazón.
Feliz día también para todas las madres del mundo, especialmente las de mi entorno familiar.
Comentarios
Publicar un comentario